Adiós a Juan-José Egea Ballester
Una nota de su hija Rosa,
publicada en Facebook, me trajo la
inesperada noticia de la muerte de uno de mis mejores amigos, el alberqueño Juan José Egea Ballester, al que tuve
la suerte de conocer hace ya casi 50 años. Y resulta curioso y enternecedor,
que el recuerdo emocionado de la hija hacia el padre que acaba de marchar,
estuviese ilustrado por una foto que le hice, y se publicó en Mirador de
Alguazas hace ahora nueve años, con motivo de una intervención suya
en el añejo y tradicional acto de la bendición de la simiente del gusano de
seda.
Había sido sepultado el día anterior en el cementerio parroquial, al
que tanto quiso, y al que dedicó muchas horas de trabajo y dedicación. No pude
despedirme de él, ni acompañar a la familia en tan tristes momentos. Pero la
vida es así. Algunas veces me llegan las noticias por varios conductos, y hay
otras en que nadie se acuerda de avisarme.
Son tantas los ratos que Juan y yo hemos pasado juntos, que podría
estar contando cosas de él horas y horas. Y casi todas buenas, pues aunque a
veces se dejaba llevar por sus impulsos cuando algunas cosas no le gustaban o
no se estaban haciendo como él creía que era lo correcto, lo cierto y verdad es
que era un bonachón, amigo servicial y persona caballerosa y grata.
Conocí a este gran amigo en el año 1970, cuando fui destinado al
colegio público de aquella localidad. Juan era miembro de la Asociación de Cabezas de Familia, y pronto comenzamos
a trabajar en diversos cometidos relacionados con la historia, el patrimonio
cultural y las cosas de aquella antigua villa, que a mediados del siglo XIX fue
suprimida y su término y vecindario anexados al de la ciudad de Murcia.
Escribió innumerables artículos y colaboraciones en la revista mensual
“LA CEÑA”, y en ella sacó a relucir
sus estupendas dotes para escribir en lenguaje murciano. Incluso en cierta
ocasión propuso a la directiva de la Peña de La Seda, crear una escuela de lenguaje
panocho que él mismo se encargaría de dirigir.
Peña a la que tanto quiso, a la que dedicó tanto tiempo, y la que también
le dio algunos sonados disgustos. Recuerdo que en el año 2001 se presentó para
dirigirla como presidente, pero a última hora retiró su candidatura, para
evitar males mayores a la entidad, y propiciar que saliese como tal Ramón López López.
Cuando abandonó su gestión en el cementerio parroquial, dejó un saldo
de más de 47.000 €, y otros 4.000 € pendientes de cobrar. Gastó tiempo y dinero
propio en escribir y editar un libro titulado Memoria breve del viejo Cementerio. De la
Iglesia. De los curas que pasaron y la huella que dejaron. De los enterradores,
sus anécdotas y errores. Le asesoré en lo que supe, y compartí con
él muchos de los datos que había obtenido en largos años de investigación.
Juan, siempre generoso, compartió conmigo la autoria de su obra.
Escribió también muchos sainetes y obras menores, entre los que citaré,
por no alargarme: El caldo de las
olivas. Viejos cuentos de Alberca de las Torres.- Remaniente a una ensamblea.- Y Rememorando
tiempo pasado. «La crianza der busano».
Su último y gran trabajo, inédito, fue la
conversión al lenguaje panocho de los cuatro evangelios. Obra ingente, de la
que nunca quedaba satisfecho, y a la que daba uno y mil retoques buscando la
perfección.
Para que se hagan una idea sobre esta gran
obra, trascribiré aquí como se inicia el evangelio de San Juan:
Y..... ¿Quién
era er Juanele?.
Er Juanele jué er qu’escribió
el cuarto vangelio. Era hijo d’una familia ê pescaóres que vivían en la orilla
êr lago der Genesaret. Su páere se llamaba Zebedeo, pero cuasi tós los conocíos
le icían “er Zebe” y su máere era la Salomé. Era hermano der Santiago er Mayor.
Cuando s’apaició Juan er
Botista en’er disierto, s’hizo dercípulo suyo y’alluego más tarde, junto con el
Andrés s’integró en’er grupo ê los apóstoles. Jué uno ê los dercípulos
predilertos der Jesulico: testigo ê su gloria en Caná y’en la tresfiguración y
tamién ê sus tristezas en el Getsemaní; tuvió l’alegría ê reclinar su caéza
en’er pecho der maestro en la úrtima cena. Lo apodaron el Bonaerges, hijo der
trueno, debío a qu’en angún caso sacó a relucir su caráiter juerte y’enérgico.
Asín, una vés qu’en una ardea no quisión dar alojamiento ar Jesulico, s’eîrigió
a él pa îcille ¿Quiés qu’ abajemos der cielo una lumbrerá que los abrase vivos?
Asistió en el Calvario a la
muerte der Jesulico y tamién tuvió er consuelo ê recebir ê su boca el encargo
d’honrar a la María como su máere. Premaneció en’er Jerusalén hista la muerte ê
la Maria, y’alluego se jué al Efeso, siendo allí condenáo al distierro hista la
isla ê Patmos, en los tiempos que gobernaba el emperaôr Domiciano.
Cuando el emperaôr se murió, se
gorvió otra vés pal Efeso y yá tenía cuasi cien años cuando se murió, que jué
en tiempo del emperaôr Trajano, allá pô el año 98. Su fiesta se celebra er día
27 ê Diciembre.
Su afición a la prensa y al periodismo le
condujo durante algún tiempo a ser corresponsal en su pueblo de uno de los
diarios de la capital.
Llevaba malico bastante tiempo, y en ocasiones pasaba por su casa para
darle una alegría. La última vez que llamé para saber de él me dijeron que
estaba ingresado en la Ciudad Sanitario
“Virgen de la Arrixaca”.
No ha podido más, y se ha ido con el Padre, y con su hijo Pepe, que le precedió en el camino
hacia la eternidad.
Desde aquí, mi
emocionado recuerdo para el amigo Juan, y el cariño y afecto para Rosa, su esposa, y para los tres hijos
que aquí quedan, Ginés, Rosa y David.
Luis
Lisón Hernández
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