Con pluma agena.
TEORÍA DE CUERDAS PARA
ROCÍO MÁRQUEZ EN SUCINA
Lunes, 22 de julio
Sube Rocío Márquez al escenario como si
fuera una novia, vestida de crema con el cabello rodando sobre sus hombros,
cayendo suavemente hasta su pecho. Ora sentada, después a pie. Es una noche
luna lunera, plena sobre el campo y la sombra de los algarrobos. Suena el alma,
que se estira como teoría física que indica el peso de billón de toneladas en
el espacio, capaz de formar galaxias. Estrellas, almas. Una guedeja infinita
que recorre desde miles de millones de años el universo, en las cuerdas vocales
de Rocío, en la tensión de las fibras de la guitarra. Es decir que el tiempo y
el espacio se contraen en una voz y un sonido del que nacen venturosas mezclas
de sonido ardiente, amoroso, complaciente, heroico, antiguo. La fuerza antigua
que rompe el deseo y la armonía, que seduce a la vida y se rinde ante la muerte
con honor, de quejío. Hondura. Cuerdas capaces de crear galaxias. De esta
fuerza inmaterial y densa a la vez se hace el cante flamenco.
Habla de Pepe Marchena y se arranca por
Cuba. Noche lunera. “Ay, una noche que la luna ...sin esperanza ninguna hasta
tu lecho llegué... yo de tí me enamoré... Mira, tú me estas matando”. Mejor
imposible que suene en esta noche tropical una guajira. Y alegrías. No hay una
puntada de sobra, y, si las hay, las engarza con sus manos y sus dedos, que se
juntan hablando como si estuviera hilando un lienzo, o sosteniendo la cuerda
desde donde le viene la enorme energía y claridad de su voz. He oído por ahí que
es una tonadillera aflamencada, venida a más. También que es muy grande, o que lo será, o que está en ello. Lo
cierto es que desprende un cierto halo de estudio, de profundidad en su cante y
una lejana armonía aprehendida en el cosmos. Y si no, parece auténtica cuando
baja a cantarle a los mineros en la cuenca del Sil, o cuando se abraza a la
gente al terminar de cantar, sin recelo, con sencillez. De ahí que saque a
pasear caracoles, y una minera Ay, y un cuplé. Sus ojos de cantaora van de la
ternura a la dureza. De ser claros tórnanse duros cuando hablan de la muerte y
el sufrimiento y sus manos acompañan el ritmo, dibujando las notas en el aire
de su vuelo. Otra vez las cuerdas y la sabiduría de su inmenso peso cósmico. Lo
que se hace con una voz, o con una guitarra son armónicos que se extienden, por
lo menos hasta la luna llena. Algo así como el reflejo de la cultura de un
sueño, una Penélope tejiendo en la isla de Ithaca, el viento de la libertad y
la felicidad de quien pudo pasearse descalzo por una playa, onubense o
cartagenera. Nada imposible. Hablar de
las potencias libres del universo, que no controlamos, que son capaces de
sostener las estrellas. Oír de cerca, cantando un fandango, a una estupenda
artista y a un magnífico guitarrista –Manuel Herrera– que nos enseñaron que la
teoría de cuerdas existe y que nos acerca a un Dios muy humano. Un hondo
concierto que nos llenó los vacíos de la semana por anticipado.
Paco
Franco Saura
Imagen: Javier Mancilla
Imagen: Javier Mancilla
Etiquetas: Sucina
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