Nuestro adiós a Fermín Gallego González

Ayer realizamos una visita obligada a Alguazas, para dar sepultura a Fermín Gallego González, nuestro amigo desde la infancia, y al que volvíamos a ver, ¡qué casualidad!, en el mismo tanatorio de Molina de Segura donde no hace mucho tiempo despedíamos conjuntamente a otro amigo entrañable desde aquellos años, tan lejanos ya, pero tan cerca en nuestros recuerdos, el llorado Joaquín “de Amorós”.

El Cronista podría escribir muchas cosas sobre Fermín, de las vivencias compartidas y conversaciones durante nuestra vida, pero en esta ocasión no lo haré, pues insertamos aquí el obituario que Antonio Garrido le dedica en las páginas del diario “La Opinión de Murcia”. Tan solo añadiremos un artículo que hace ya 34 años tuvo a bien dedicarme, y que conservo con mucho afecto:

Fermín Gallego, un hombre bueno

El aparejador Fermín Gallego

"Tropecé con él hace seis meses; lo que iba a ser un cruce de saludos se convirtió en una charla de tres horas"
Ayer enterramos a Fermín Gallego González, un aparejador y arquitecto técnico que, a pesar de la natural discreción de los que ejercen esa profesión, era un hombre muy conocido. Fermín corrió ayer su último encierro, fue cogido por la muerte, bien que con la rapidez que merecen los que han servido bien a la vida. Fue un buen profesional, un buen amigo y un buen padre de familia.
En lo profesional fue conocido por su condición de funcionario en la gerencia de Urbanismo del ayuntamiento de Murcia. Pero eso se olvida pronto si no va acompañado de una forma de ser seductora. Y Fermín tenía un modo suave de conducir las cosas sin eludir ninguna de sus aristas. Pero a quien le trataba siempre le quedaba el eco de su bonhomía. En su puesto cobró fama de riguroso sin rigidez y de probidad acorazada. Ha trabajado en el núcleo del sistema, donde él y sus colegas dan respuesta a las necesidades de la capital de la región para el cobijo y la actividad productiva.
Todavía en el ámbito profesional, pero en su vertiente altruista, Fermín entregó muchos años de su tiempo, inteligencia y diplomacia natural a sus compañeros como directivo de la junta de Gobierno de su colegio profesional. De hecho, él fue quien abriendo la puerta del despacho de José López Albaladejo (Larry), que luego fue "su presidente", como a él le gustaba decir, le espetó: "¿es que no vamos a hacer nada?" Se refería al combate electoral necesario para que el colegio tomara el tren de la modernidad en tiempos revueltos. Eran los años de la transición democrática. Un Larry que, él propio Fermín me confesaba, se había impuesto la misión de cuidarlo después de conocer la irreversibilidad de su enfermedad. El colegio supo reconocer su entrega con una distinción en el año 2003 junto a Ángel Torrecillas, su otro amigo del alma. Juntos trabajaron durante años 'ad honorem' formando equipos para el Colegio. Fermín también ha aliviado parte de su dolor con largos viajes a la amistad en los últimos meses, aunque fueran, en realidad, cortos viajes en torno a la Molina de Segura que convirtió en su hogar tras su matrimonio, pues Fermín nació y ha sido enterrado en Alguazas. Su hijo me cuenta cómo su padre le enseñó a transfigurar lo cotidiano saboreando en un simple café compartido toda la profundidad de su relación condenada a terminarse.
Hace unos seis meses tropecé con él en la calle Enrique Villar, y lo que iba a ser un cortés cruce de saludos se convirtió en casi tres horas de charla reposada y, a veces, tierna sobre esto y aquello, sobre lo vital y lo trivial. Humildad, ironía no hiriente y, en esos momentos, un distanciamiento respecto de lo cotidiano y de la propia muerte, cuyo evocación no eludió, que le hacía tomar un punto de vista difícil de identificar para quienes creemos, infelices, que no nos esperan al otro lado. Con la muerte de los próximos siempre se pierde algo irrepetible. Con Fermín perdemos una referencia moral, pero de Fermín nos queda su mirada inteligente y amistosa, la de un hombre bueno. [ANTONIO GARRIDO. “La Opinión”, 15-VII-2009]