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viernes, 2 de junio de 2006

La Ermita de Nuestra Señora de la Consolación, en Molina

Los orígenes del culto a Nuestra Señora de la Consolación en Molina de Segura están envueltos en tal cúmulo de fábulas y leyendas, que cada vez es más difícil separar la realidad del engaño. Del tema se ocupaba hacia 1730 don José Villalba, quien logró que la leyenda se perpetuase.

La realidad es que resulta muy difícil creer en la existencia de una ermita en una época anterior al siglo XVI, dado que Molina era uno de los lugares del reino de Murcia donde más conflictos bélicos se desarrollaban, y de haber existido entonces sería fácil encontrar alguna referencia documental. Tendría que llegar la paz tras la conquista de Granada para que numerosas tierras se panificasen y pudiesen morar en ellas los arrendadores y colonos que tenían los grandes terratenientes.

Habremos de avanzar hasta 1722 para se construya una ermita en la Ribera de Molina, en el paraje de los Almarjales, cuya edificación corrió a cargo de Tomás Blanes, dueño de importantes propiedades en aquella comarca; y no será hasta 1736 cuando José Beltrán Alcaraz, comerciante vecino de Murcia, fabrique otra ermita, esta vez en el Romeral, donde ya vivían 26 vecinos.

La ermita de la Consolación estaba en el siglo XVII en manos de Juan Belmar Ortega, quien la regía, custodiaba y estaba a cargo de su administración. Pero antes de morir, y posiblemente por no tener herederos forzosos, dejó todos sus derechos y acciones sobre ella, en manos de Antonio León, vecino de Molina y Alguacil mayor perpetuo de ella, por vía de manda testamentaria.

Lo cierto es que al morir, la ermita estaba maltratada y con necesidad de repararse para su permanencia, y para que no cesase la mucha devoción que los vecinos de aquella villa y otras personas de distintos lugares tenían a Nuestra Señora. Quiso Antonio León aceptar el encargo, y reparar aquel edificio maltrecho, pero decidió no hacerlo si no le dada el título de patrón de ella en toda regla, para sí y sus herederos.

Con dicha pretensión acudió ante el “Señor Gobernador, Provisor y Vicario General” de éste Obispado de Cartagena, pero el Fiscal eclesiástico se opuso a ello. No obstante, por Auto de diez y siete de junio de 1673, se mandó, que otorgando Antonio escritura por la que se obligase a tener reparada dicha ermita y con toda decencia, y dotarla de bienes para su perpetuidad, se le daría el título que pretendía.

Así lo hizo, dotando a la ermita de una renta evaluada en cinco ducados de pensión cada año, consignados sobre un bancal de tierras morerales de tres tahúllas y media, antes más que menos, que tenía de su propiedad en la huerta de dicha Villa, Pago del Vado por donde se pasaba hacia Alguazas, linde con el Brazal de la huerta, con el río Segura con el Azarbón y con tierras de Ana Alcaraz que habían pasado a propiedad del Cura de dicha Villa. Para que con la renta de los cinco ducados se cumpliese aquella obligación perpetua.

Bancal y propiedad que se obligó a no vender ni enajenar en manera alguna, ni partir ni dividir, aunque fuese por causa legítima o transversal, porque aunque lo hiciese siempre había de estar obligado al cumplimiento y paga de la acción contraída; y lo que en contrario se hiciere sería nulo, y podrían ejecutarle judicialmente. Renunció Antonio también a cualquier fuero que pudiese corresponderle y así lo prometió ante Pedro Cutillas, Serrano Espejo, Francisco López Moreno y Carlos Cueva, vecinos de la ciudad de Murcia, que sirvieron de testigos.
11/09/05. Luis Lisón. Cronista Oficial de Alguazas

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