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miércoles, 6 de agosto de 2008

Muerte resucitada de Manuel Sánchez Martínez

La noticia de la muerte de Don Manuel, “Manolo de Fidel” como le conocíamos, ha sonado en mí como un repique a gloria. Era un hombre de Dios. Siento que él no ha muerto. Más bien, hoy resucitó. Vive en la presencia eterna de Dios.

Cuando yo era niño conocí a Manolo. Mis padres hicieron una gran amistad con él, intercambiaban libros. Todavía recuerdo aquel libro “El Drama de Jesús”, con el que Manolo se presentó un día en casa de mis padres. Manolo era un apasionado de Jesús. Y esa pasión la contagiaba por donde quiera que pasaba. Así lo compartieron diferentes personas que le trataron en la diócesis de Murcia y en Ecuador.

Siempre vi en él a un hombre profundamente humano, reflexivo, comunicativo y abierto al diálogo. Sabía escuchar y comprender. Era un cristiano coherente, fiel discípulo de Jesús, un misionero de corazón, un sacerdote de Cristo siempre al servicio de todos, particularmente de los más pobres al igual que su Maestro Jesús.

Manolo murió, pero el testimonio de su vida y sus ideales, siguen vivos. El sueño que motivó su existencia fue “que el reino de Dios se haga presente en este mundo”. Se identificó con el grito de Jesús: “Padre, venga tu Reino”, reino de vida para todos, reino de justicia, de sencillez, de solidaridad, de alegría, de paz...

Millares de creyentes en la Región de Murcia y en Ecuador retomamos hoy su sueño en la utopía del Reino. Manolo soñó en un mundo nuevo, donde todos los hombres y mujeres quepan sin discriminación alguna, donde el indio, el negro y el blanco puedan sentarse en la misma mesa como hermanos, en igualdad de condiciones.

Manolo soñó también con una Iglesia más evangélica, que sea la casa de todos, una comunidad abierta al mundo, dialogante, sencilla, profética, libre y liberadora, misionera, siempre al lado de los pobres y excluidos, comprometida en la defensa de los derechos humanos. Así nos lo expresaba la última vez que hablamos con él, hace cuatro o cinco años.

Frente a la fiebre de los “nacionalismos”, repetía que antes que de éste o aquel lugar somos ciudadanos del mundo, hombres y mujeres sin fronteras, y, decía, ser católico quiere decir que somos universales, solidarios con todos los pueblos del mundo. Amaba a Alguazas, su pueblo natal, pero con una visión universal.

Manolo supo unir lo local y lo global, lo pequeño y lo grande, inmanencia y trascendencia, oración y compromiso social, fidelidad a la Iglesia y denuncia profética, exigencia y tolerancia, justicia y misericordia.

Manolo se fue, pero no nos deja. El testimonio de su vida queda, y es para nosotros una fuerza para seguir soñando y cantando, conscientes de que vamos de camino, de paso, por los senderos de este mundo.
Fernando Bermúdez López

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