Mirador de Alguazas

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miércoles, 17 de enero de 2007

Hasta san Antón...

Según el refranero popular hoy acaban las pascuas, con la tradicional romería que se celebra en muchos lugares. En Alguazas es una costumbre que ha decaído mucho en los últimos años, pero en mi juventud casi toda las personas del pueblo acudían a la cita anual al llamado “Puente cemento”, situado en la carretera de Campos del Río, sobre la línea del desaparecido ferrocarril Murcia-Caravaca.

Familias enteras salían por la mañana (algunas solo por la tarde) con todos los cachivaches necesarios para preparar la comida, que la mayoría de las veces era el clásico arroz y conejo. Allí todo era alegría y buen humor, y los mozos y mozas aprovechaban la jornada para hablar de sus cosas y tratar de conseguir algún que otro noviazgo.

Como entonces no había muchas máquinas fotográficas, al contrario de lo que ocurre ahora, no hay muchos testimonios gráficos, por lo que investigando en el archivo familiar de Federico San Nicolás, siempre dispuesto a colaborar conmigo, hemos localizado esta instantánea familiar, donde podemos reconocer muchas caras conocidas, algunas de ellas ya desaparecidas.

Observando los rostros, recordamos que en cierta ocasión el popular personaje conocido como Juan “el del Carro”, que festejaba san Antón con su familia, encontró por aquellos parajes, en tierras de Juan “el Rodeano”, una quijada que en tiempos perteneció a alguna caballería, y sin pensarlo dos veces, pues creo que de otra manera no lo habría hecho, se dirigió con ella a uno de los grupos que por allí había organizados, y sin mediar palabra la arrojó sobre una paellera donde estaban cocinado un sabroso arroz.

El disgusto y el jolgorio que se suscitó tras la acción, atrajo hacia el lugar a todas las personas que se encontraban relativamente próximas, y no acabó aquello en palos, de verdadero milagro. Pero al poco rato todos volvieron a quedar como amigos, celebraron la ocurrencia, compartieron la comida que llevaban a base de conejo frito con tomate y tortilla de patatas; y creo recordar, que hubo valientes que no se resignaron a tirar aquel manjar que estaba casi a punto, y paladearon alguna que otra cucharada, tras arrojar lejos la quijada, desinfectada, eso sí, con algún que otro trago de alcohol del espléndido jumilla de que iban provistos.

Como es lógico en un buen negociante, Juan no pensaba ese día tan solo en divertirse con la familia y amigos, pues también establecía su pequeño negocio vendiendo tracas y petardos, según nos muestra la fotografía adjunta.

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