Mirador de Alguazas

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lunes, 9 de julio de 2007

José Almagro Serna en nuestro recuerdo

Ha pasado justamente un año desde que el Supremo Hacedor dispuso llevarse junto a sí a Pepe “el Sacristán”, dejándonos sin un amigo entrañable, sin un alguaceño dispuesto a servir a todos en cualquier momento. Desde hace varios días, según se aproximaba el primer aniversario de su partida, los recuerdos se nos hacían cada vez más patentes. Han sido muchos los ratos que ambos pasamos juntos, charlando de múltiples temas, pero casi siempre de nuestro pueblo. En su pequeño despacho, nos reuníamos con frecuencia, y él empezaba a sacar carpetas llenas de recortes de prensa, de fotografías, de folletos y de todo aquello que día a día recogía y atesoraba, seguro como estaba, de que aquel archivo era algo digno de conservarse. Con frecuencia, durante nuestros encuentros, solía ponerme al corriente de las últimas cosas que habían pasado en el pueblo, y quería saber la opinión que yo tenía de cada una de ellas. Así, al hilo de la conversación, mostraba entonces sus propias opiniones, sus deseos, sus esperanzas.

Mostraba especial interés en darme a conocer fotografías de su entorno familiar, de sus viajes, de las experiencias y vivencias que le habían devenido en ellos. Y aunque Pepe era así, con casi todo el mundo –abierto, sencillo, entrañable–, tenía conmigo una especial atención. Solía considerarme como de su propia familia, no solo por la estrecha relación que siempre hubo entre nosotros, sino porque yo tenía a su abuela María, la “tía María la Casillera”, como mi propia abuela. Con ella pasaba muchas horas en los tiempos de mi niñez. Le gustaba darme de comer, y recuerdo, porque después me lo contaron, que cuando no quería comer de lo que mi madre había preparado, le llevaba a ella la comida sin que yo lo supiese. Entonces, venía a mi casa, como de casualidad, y haciéndose entonces enterada de dicha situación, me llevaba a su propia casa, situada enfrente, donde me ofrecía como suya aquella comida que mi madre había cocinado antes. Yo la comía entonces con toda satisfacción, y de vuelta a mi domicilio contaba a mi madre, ingenuamente, que la comida de la “tía María” sí que estaba buena.

Ayer mañana estuve visitando a nuestro antiguo párroco don Antonio Meseguer Montoya, muy lúcido y activo pese a estar próximo a cumplir los 90 años. Suelo ir a su casa de vez en cuando, pero con frecuencia hago el viaje en balde, pues si está trabajando por el huerto, como ya le flaquea el oído, no escucha mis llamadas con el timbre. Entre los muchos temas de nuestra charla, salió el recordatorio de que se cumplía hoy dicho aniversario. Tras deshacerse en elogios hacia Pepe, añadió que hoy le ofrecería la misa que diariamente oficia en el oratorio de su casa.

Entre los muchos recuerdos que tengo de José Almagro, uno de los más agradables es cuando se estrenó por primera vez el “Himno de Alguazas” (ya que se estrenó después en varias ocasiones). Por teléfono me avisó previamente, y yo acudí a su llamada, provisto de un radio-casete para grabar la primicia. Fue en el jardicincillo de la Ermita de la Purísima, y la interpretación corrió a cargo de la banda de música que dirigía el célebre Maestro José Torres Escribano, su gran amigo ya desaparecido también.

Como decía al principio, ha pasado un año, pero José Almagro no ha muerto del todo. Son tantas las vivencias y recuerdos que de él tenemos, que vive y vivirá siempre entre nosotros.

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