Mirador de Alguazas

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miércoles, 6 de septiembre de 2006

Pasear por Alguazas

El pasado domingo el Cronista dedicó la mañana a pasear por Alguazas. Tranquilo, sin prisas, observando cambios, conversando con el vecindario y visitando algún enfermo. Es algo que hago con asiduidad, cuando se me ocurre. Me viene bien para recargar “las pilas”. Con frecuencia algunos me preguntan el motivo de mi presencia en el pueblo, sin entender, a veces, que para mí volver a mi pueblo no necesita de ningún motivo. Regreso porque lo necesito, porque me gusta y porque me sienta bien.

En ese recorrido pausado puedo observar cosas que de otro modo no podría percibir. Como esa mole que se construye en la calle Mayor, al lado de la Iglesia, que logrará ocultarla para los que desde lejos escudriñábamos su silueta, consiguiendo que Alguazas sea cada vez menos Alguazas. Pero lo que no comprendo, ni comprenderé, es su alineación. No guarda línea con los edificios de más abajo, sino que sale a la calle más que éstos, formando un pequeño embudo, eliminando la anchura de la acera y…

Al pasar por la calle Primo de Rivera, la antigua calle de doña Beatriz Gironda, cuyo nombre ya nadie recuerda en el pueblo, como ha puesto de manifiesto un sencillo concurso que lancé hace unos meses y que nadie acertó, veo otra enorme construcción, ya muy avanzada en su estructura, que ha eliminado algo que guarda muchos recuerdos de mi niñez. Aquella especie de pequeña plaza, usada en nuestros juegos, de uso público común, y que ahora, no sé por qué causa dicha alineación la hace desaparecer. Cuando desde mi casa salía algunas veces, mi madre solía preguntarme:
- ¿Dónde vas?
Y con toda naturalidad le contestaba:
- Al Chapitel.
Pues el nombre del edificio que había junto a esta placeta, donde vivieron los Gironda, familia de hidalgos, así era conocido por todos. Otra cosa más que desaparece…

Visito algunos amigos. Unos están y otros no, por haber salido a pasear el perro o estar aún en la playa. Cuando discurro por la calle Olmeda, en el aparcamiento habilitado para carga y descarga de la “Plaza de Abastos”, un residente limpia el coche, y va arrojando al suelo los papeles que usa. Cuento que ya van tres, y pienso que allí quedarán, pues los lanza a un par de metros de distancia. Al pasar por la calle de la Gacha, recuerdo con nostalgia aquella higuera de sabrosos higos que daba sombra junto a la casa “del Alfalfero”.

El paseo debe terminar con un recorrido por la Huerta. Esta vez tocó el turno a “la de Abajo”. Al llegar a la zona que siempre hemos denominado “de los Pinturas”, observo el gran peligro que tiene la curva, donde la mano humana ha quitado toda visibilidad. Creo que allí habrá muchos sustos y algún que otro accidente.

Bajar a la huerta y no parar un rato para conversar con Feliciano Gil Verdú, no tendría perdón, aunque a él siempre le parece corta mi estancia y conversación sobre múltiples asuntos, que con frecuencia acaban tocando los temas políticos. Poco después me encuentro con Joaquín Cantero, que en bicicleta regresa “del pueblo” de comprar la prensa. Al reconocerlo detengo el vehículo y converso un poco con él. Y reanudo mi marcha, despacio, mirando a uno y otro lado, saludando a los que encuentro en mi recorrido. Aquellos parajes se van poblado de edificios, algunos muy rumbosos y con valla exterior que se come hasta el mismo camino…

Por uno de los dos puentecillos cruzo el Segura, y vía Molina de Segura regreso a Murcia, meditando por el camino las diversas impresiones sentidas.

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