Mirador de Alguazas

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jueves, 15 de agosto de 2013

Día de la Asunción de María
Conversión de los musulmanes de Alguazas


Parece ser que tal día como hoy, festividad de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos, tuvo lugar el acto de conversión masiva de los musulmanes que residían y moraban en Alguazas, y su inmediato bautismo.
Todo sucedió en 1501, por medio, intercesión y ruego del Provisor del Obispado de Cartagena, y del Comendador Lope Zapata, Corregidor de Murcia.
La conversión del colectivo a la fe católica fue total, pues así consta en un documento que unos días después remitieron a los Reyes Católicos, quienes por entonces se encontraban en la ciudad de Granada. El mensajero que llevó la carta fue Alonso de Santa Cruz, vecino de la nueva villa, quien antes, siendo moro, era conocido por “maestre Mahomad Barrios:
«Todos los vezinos e moradores del dicho lugar, chicos y grandes, hombre y muger, nos venimos a bautyzar y nos convertimos a la fe vuestra santa catolica, en la qual queremos estar e perseverar para serviçio de Dios y de vuestras altezas.»
Los reyes loaron y aprobaron tal acto, y le concedieron por ello diversas mercedes y privilegios, tomándolos bajo su real amparo.
Como no había iglesia en el lugar, salvo una pequeña capilla dedicada a Santa María en la torre fortaleza, y no siendo necesaria ya la mezquita, ésta fue habilitada como templo cristiano, bajo el patrocinio de San Sebastián, pues era un modelo a imitar: guerrero, militar y defensor de la fe hasta la muerte. Además, San Sebastián fue un santo muy invocado para que protegiese a los pueblos de las epidemias, especialmente de la peste.
Según cuentan sus biógrafos:
Fue un santo que sufrió doble martirio por defender el cristianismo. Nació en Narbona (Francia) a mediados del siglo III, pero desde muy pequeño sus padres se trasladaron a Milán. Su padre era militar y él quiso seguir sus pasos, llegando a ser capitán de la guardia pretoriana del emperador romano Diocleciano. Era respetado por todos y apreciado por el emperador, que ignoraba que Sebastián fuera cristiano de corazón. Cumplía con la disciplina, pero no tomaba parte en los sacrificios a los dioses ni en otros actos que fueran de idolatría. No exteriorizaba su fe, pero se valía de su posición privilegiada para propagar el cristianismo y ayudar a los cristianos: visitaba a los encarcelados, alentaba a los débiles y abatidos, daba ánimo a los que padecían tormento, intervino en sostener la fe de dos caballeros romanos, Marco y Marceliano, hermanos mártires -su sepulcro ha sido identificado cerca de la catacumba de San Sebastián.
Así vivió unos cuantos años simultaneando el cargo de soldado del emperador pagano con el cargo de soldado de Cristo, hasta que un día un soldado celoso de su posición lo denunció al emperador, éste le llamó y le obligó a escoger entre seguir siendo soldado del emperador o ser soldado de Cristo. Escogió a Cristo y el emperador furioso mandó que muriera asaeteado por un grupo de sus mejores arqueros.
Fue amarrado a un tronco y asaeteado -es la imagen que adoramos- y cuando se daba por muerto, una mujer devota llamada Irene, lo llevó a su casa y le curó las heridas. Se presentó de nuevo ante Diocleciano para que reflexionara sobre la injusticia que estaba haciendo con los cristianos, y éste asombrado al verlo vivo, enfurecido, mandó que lo llevasen al circo y que fuese públicamente apaleado hasta que expirase.
Murió el 20 de enero del año 288 y su cuerpo fue arrojado a una de las cloacas más grandes de Roma para que no se le pudiera dar sepultura, pero quedó colgado de un garfio y fue recuperado de noche por un grupo de cristianos dirigidos por una mujer llamada Lucina -a la que se apareció el Santo para que sacase su cuerpo y fuese enterrado en un cementerio subterráneo (catacumbas) de la Vía Apia a los pies de San Pedro y San Pablo- le dieron sepultura como le había dicho el Santo.
La iglesia de San Sebastián quedó como ermita cuando se construyó el nuevo templo, y aún existía a principios del siglo XVI, cuando se edificó la ermita de Nuestra Señora de la Concepción, a la cual se llevó el retablo que la antigua iglesia poseía.
Con ello llegó -en Alguazas- el ocaso al culto a San Sebastián, de cuyo patronazgo no queda recuerdo alguno, salvo en los que conocemos su historia, y nos loamos de trasmitirla a las presentes generaciones.

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