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lunes, 29 de julio de 2013

Con pluma agena.


TEORÍA DE CUERDAS PARA ROCÍO MÁRQUEZ EN SUCINA

Lunes, 22 de julio

Sube Rocío Márquez al escenario como si fuera una novia, vestida de crema con el cabello rodando sobre sus hombros, cayendo suavemente hasta su pecho. Ora sentada, después a pie. Es una noche luna lunera, plena sobre el campo y la sombra de los algarrobos. Suena el alma, que se estira como teoría física que indica el peso de billón de toneladas en el espacio, capaz de formar galaxias. Estrellas, almas. Una guedeja infinita que recorre desde miles de millones de años el universo, en las cuerdas vocales de Rocío, en la tensión de las fibras de la guitarra. Es decir que el tiempo y el espacio se contraen en una voz y un sonido del que nacen venturosas mezclas de sonido ardiente, amoroso, complaciente, heroico, antiguo. La fuerza antigua que rompe el deseo y la armonía, que seduce a la vida y se rinde ante la muerte con honor, de quejío. Hondura. Cuerdas capaces de crear galaxias. De esta fuerza inmaterial y densa a la vez se hace el cante flamenco.

Habla de Pepe Marchena y se arranca por Cuba. Noche lunera. “Ay, una noche que la luna ...sin esperanza ninguna hasta tu lecho llegué... yo de tí me enamoré... Mira, tú me estas matando”. Mejor imposible que suene en esta noche tropical una guajira. Y alegrías. No hay una puntada de sobra, y, si las hay, las engarza con sus manos y sus dedos, que se juntan hablando como si estuviera hilando un lienzo, o sosteniendo la cuerda desde donde le viene la enorme energía y claridad de su voz. He oído por ahí que es una tonadillera aflamencada, venida a más. También que es muy  grande, o que lo será, o que está en ello. Lo cierto es que desprende un cierto halo de estudio, de profundidad en su cante y una lejana armonía aprehendida en el cosmos. Y si no, parece auténtica cuando baja a cantarle a los mineros en la cuenca del Sil, o cuando se abraza a la gente al terminar de cantar, sin recelo, con sencillez. De ahí que saque a pasear caracoles, y una minera Ay, y un cuplé. Sus ojos de cantaora van de la ternura a la dureza. De ser claros tórnanse duros cuando hablan de la muerte y el sufrimiento y sus manos acompañan el ritmo, dibujando las notas en el aire de su vuelo. Otra vez las cuerdas y la sabiduría de su inmenso peso cósmico. Lo que se hace con una voz, o con una guitarra son armónicos que se extienden, por lo menos hasta la luna llena. Algo así como el reflejo de la cultura de un sueño, una Penélope tejiendo en la isla de Ithaca, el viento de la libertad y la felicidad de quien pudo pasearse descalzo por una playa, onubense o cartagenera.  Nada imposible. Hablar de las potencias libres del universo, que no controlamos, que son capaces de sostener las estrellas. Oír de cerca, cantando un fandango, a una estupenda artista y a un magnífico guitarrista –Manuel Herrera– que nos enseñaron que la teoría de cuerdas existe y que nos acerca a un Dios muy humano. Un hondo concierto que nos llenó los vacíos de la semana por anticipado.

Paco Franco Saura
Imagen: Javier Mancilla

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